2 de agosto de 2012

Cicatrices que matan... historias que enseñan.


En mi corazón abundan miles de cicatrices. Cicatrices de rabias, angustias, tristezas. Desamor.  
A veces creemos que están curadas, que ya esa pequeña herida que duele como un "putas" nunca volviese a molestar, pero no es cierto.
Anoche para mi no fue la mejor de ninguna de mis noche... o quizá la repetición de unas muy pocas que nunca quisiera repetir. Noche de enorme luz de luna llena que alumbraba hasta el más profundo de mis recuerdos, donde la imaginación también me jugaba una mala pasada pues contrastaba imágenes que no sé si hayan pasado o que quizá estuviesen sucediendo en ese instante. 
Anoche sentía como esas heridas se abrían de nuevo y brotaban lágrimas de ellas. El corazón más apachurrado que nunca y ese matiz de recuerdos y pensamientos me retorcían el alma... y hasta el cuerpo. Más de la 1 a.m., despierta más que nunca y con ganas de dormir, recordando esa canción que dice: "Quiero dormir cansado, y no despertar jamás. Quiero dormir eternamente", y a ese estado quería llegar yo. Al de la eternidad. No podía sostenerme en pie, no quería estar en mi cama... todo todo me estorbaba. Hasta la existencia misma.
Recurrir al perdón de Dios (No sé por qué, nunca he le hecho daño a nadie. Seguro era el perdón por mi ingenuidad, por mi terquedad. Por no escucharlo), arrodillarme frente a él y pedirle con dolor y angustia un "ya no más". El piso frío de la noche fue mi mejor abrigo. Su dureza, la dureza misma y la firmeza que tenia que adoptar de ahora en adelante. Las rodillas me temblaban y por un momento me derrumbé por completo, aún apretando los labios para no seguir llorando y con una extraña sensación como de poseída por un espíritu malévolo... por esa rabia, yo lo sé. Mis pensamientos jugaban conmigo, el recuerdo de su rostro y sus caricias en pieles diferentes a la mía. ¡Qué rabia! Me tomaba la cabeza como si una voz me dijera que era cierto, como confirmando ese pensamiento. Mi conciencia me lo decía y yo no la escuché. 
Revolcarme en ese duro piso fue lo que más me aterró, porque cada agonía estaba acompañada de una convulsión con un dolor fuerte en mi pecho. Hacía fuerza para evitarlo, pero me podía más ese estremecimiento que se repitió en varias ocasiones (esta noche fue diferente a esas otras llenas de dolor). Las lágrimas brotaban forzadas porque no quería derramarlas como una Magdalena a moco tendido. No quería ser descubierta por mi familia. 
Cuan doloroso es tragarse ese llanto y aún así logre llorar mucho. Ese dolor profundo en el pecho como punzada de daga que te atraviesa el alma misma, me iba quemando no solo el corazón sino las ganas de vivir. Que feo se siente querer no ser ni estar, dejar el último suspiro en ese mismo momento. Cerré mis ojos y a Dios le pedí que resolviera dejarme estar a su lado. Muchas veces, en situaciones anteriores pensaba en miles de maneras para morir, siempre buscando la menos dolorosa y menos vergonzosa para mi familia. -¡Qué absurdo!- decía después, -no soy quien para disponer de mi vida, no soy yo la que decide eso. ¡Qué acto más cobarde!- Pero volví a sentir esa cobardía, pero con la única diferencia de que ya no buscaba "maneras" sino que pedía a Él, a Dios, que me dejara estar a su lado que cegara mi vida y que me perdonara de todo lo dicho, lo hecho y lo pensado. Me estaba arrepintiendo de mis pecados antes de cerrar mis ojos por si Dios escuchaba mi petición y a la mañana siguiente yo... 
A Dios le reproché el por qué de mi existencia. No siento que tenga propósito de vida, me he sentido ahogada en la angustia y el fracaso, la decepción y el infortunio. Me siento sola. 
Los recuerdos de él, de ese causante de mil cosas en mi vida a quien yo creía haber superado, me retumbaban. Sé dónde está. Ahora entiendo por qué no me quiere contestar el teléfono. Él pensará que estoy llamándole para decirle otra vez que le quiero y que a Dios le pido por él, que le lleno de bendiciones. Él no sabe que desde hace varios días decidí no volver a quererlo nunca más, y me estaba funcionando. Mi dolor y mi rabia no radicaba en esa decisión, yo sé que él no me quiere y nunca me quiso. Mi rabia radicaba en saber que está en... bueno, por allá con su pareja. Yo no sabía que ella existía, pero logré confirmarlo. Aunque en sus fotos en sólo una estaba con ella, logré unir varias fichas que me indicaban lo que yo sospechaba. -Ella es su novia-
Jugó conmigo y lo más feo es que yo lo dejé. Aún así permití a mi corazón amarlo con locura y siempre se lo dije. Yo esperaba que en algún momento su honestidad me dijera: -No, no te quiero de esa manera- y yo sin problema alguno dejara las cosas quietas. Pero lo que me dá rabia es que nunca fue sincero, siempre se quedó callado ante esos "te amo". ¿Qué sentiría él cuando me escribía que me amaba? Lo escribió muchas veces al igual que yo, y nunca nos lo dijimos en la cara. Lo más seguro era que se riera como disfrutando de su juego cuando yo volaba en felicidad cada vez que le leía. ¡Qué ingenua! ¿Verdad? ¡Fui una tonta!
Aún recuerdo cuando me dijo: ¿qué son esas bobadas que me enviaste?... y sí, fueron bobadas. Esa bobada que haces empujada por la sospecha y la duda. Su reacción me diría todo (y me lo dijo todo con esa manera en que me habló). Más tonta aún guardar la esperanza, porque esa tarde cuando me lo dijo, me besó. Un beso que calmó por un momento mi angustia, aunque yo ya tenía tomada la decisión. Esto se acabó.
Estaba tranquila, sabía que no era una mala decisión... pero es que lo de ayer me confirmaba todo todo. Que desfachatez de hombre, si es que hombre se le puede llamar a ese que sabe que una lo ama con toda el alma y que haría cualquier cosa por él y no es capaz de ser sincero. ¿Me vería la cara de tonta? No hay la menor duda de ello. Yo soy su fichita movible y removible con la que puede hacer lo que quiera. Soy esa a la que quiere de "mocita" para que le dé satisfacción. 
Algo me he quedado pensando y es que es curioso, tuvimos varias ocasiones planeadas para estar juntos (a solas y en la intimidad) y de esas 3 o 4 donde yo había tomado la decisión (aún con temor a estar haciendo lo incorrecto), accedí a vernos. Teníamos fechas y horarios cuadrados y siempre me quedó mal. Vestida y alborotada. Plantada. Curiosamente con el teléfono apagado o nunca lo contestaba, en otra ocasión me sacó una excusa pendeja. A veces pensaba si es que le daba pena de mi o miedo (miedo que él decía era yo la que le tenía a él). ¿Será que no le funcionaba "el muchacho"? Porque él no es ningún jovencito... 21 años fue nuestra gran diferencia. Siempre lo justifiqué y no le insistí... creí ser comprensiva, y solo fui una burlada. 
Su apartamento nunca lo visité, nunca supe que era verlo ni siquiera en fotos (o lo vi en un par de ellas). Yo sabía en qué barrio... y sabía hasta en qué apartamento vivía, aunque él nunca me lo dijo. Su dirección la descubrí en un documento que él me mostró, y en un momento que salió del lugar donde estábamos, logré memorizarlo. Difícil no es llegar a él. Debo confesar que una vez estuve allá afuera divisando su ventana, deseando verlo salir (y ojalá acompañado de alguien para poder bajarme de la nube en la que estaba). Pero todo estaba cerrado, ventanas con cortinas abajo. No tuve más que regresarme a mi casa porque me faltaban "paticas" para irme a regocijar en mis cobijas revueltas junto con mis pensamientos y los recuerdos... Oh, benditos recuerdos. Besos locos y desefrenados, el aroma de su cuerpo, sus manos recorriéndome por debajo de la ropa. Esa adrenalina que se sentía al pensar que podríamos ser descubiertos. Nada del otro mundo. Nada de contenido importante en esa relación vacía que elevé sin forjar cimientos fuertes para sostenerla. ¡Que desplome tan HP! Un castillo de naipes que estaba en el aire... un fuerte viento sopló y se lo llevó. 

Esta historia me queda corta... algún día escribiré ese libro tan anhelado donde contaré mas de mi. Esto es solo parte y principio de ese propósito. Gracias por leerme.